sábado, 8 de noviembre de 2008

NO LE TEMO A LA MUERTE...

En casa o en un restaurant, nuestras sobremesas siempre eran, a menudo, largas y animadas, pero también era usual que ambos tuviéramos largas conversaciones de reflexión. Nos gustaba tanto aquello que, en días de mucho calor, sacábamos las perezosas a la calle y conversábamos o permanecíamos en un silencio agradable, sintiéndonos uno dentro del otro. Cuando la temperatura arreciaba, como en los Fenómenos del Niño, subíamos al techo de la casa con una manta y nos acostábamos mirando el cielo estrellado. En ese momento podíamos conversar o no... era irrelevante.

Pero un día, que no lo recuerdo bien, fue en el tiempo que murió su padre (su madre había muerto unos años antes)... como siempre meditábamos y en un momento dado, tratando de distender un poco la conversación, le hice una broma; ella me quedó mirando, mientras achicaba imperceptiblemente su ojo izquierdo (eso hacía siempre cuando me quería remarcar algo serio), me dijo con tono pausado pero profundo: "José Luis, yo no le temo a la muerte"... yo sentí un estremecimiento... ella jamás decía algo solo por decir... pasado el momento, traté de tomarlo como algo anecdótico... pero el paso de los años reveló su terrible y pasmosa verdad... Ello empezó con un cáncer al seno... en Neoplásicas operaron ese día a cinco personas, entre ellas una monja cuya superiora solo necesitó unos minutos para prendarse de mi esposa y le regaló un rosario que aún conservo. La operación de mi esposa fue la última y la más larga... duró de once de la mañana a cinco de la tarde... al día siguiente ella ya se había bañado temprano, mientras la monja y las otras señoras no podían aún levantarse. Con el tiempo ella tuvo metástasis a los huesos y al pulmón.... ella no dijo ni un "ay". Hasta que tuvimos que regresar al hospital y le pusieron la espantosa quimioterapia. Cada vez que íbamos el hospital, éste estaba más desorganizado y había más gente. Un día nos cogió una huelga de transportes y de los dos o tres días que duraba la estadía, estuvimos quince días... ella no decía nada, pero yo sabía que estaba indignada. En otra visita habían perdido su historial, lo que significó otra demora, aparte de la tensión. Por último en lo que sería nuestra última visita, habiendo ido a las seis de la mañana, nos atendieron a las 2 de la tarde... el médico que la atendió le dijo que se iba a almorzar pero que la iba a derivar a un médico de Piura y que entre ellos estarían en contacto telefónico. Viajamos en silencio de regreso y al día siguiente me dijo que iba a usar su seguro (IPSS). Allí le hicieron, un tiempo después, su segunda quimio, nos regresamos de Piura y en nuestra casa yo la atendía con su dieta especial. Mi corazón tenía la esperanza de que ella iba a vencer la enfermedad... pero un día, faltando cuatro para su partida, me desperté en la madrugada pues se quejaba apenas, pero entonces yo no podía dormir profundamente y la escuché... la llevé al hospital... durante esos días yo dormía a sobresaltos y me olvidé hasta de la comida... cuando llegó mi hijo menor de Cajamarca y mi cuñada de Piura... aproveché para ir a casa a tomar leche y cambiarme... al regresar ya no la encontré... las enfermeras decían con pesar que creían que se recuperaría... sus hermanas, mis hijos y yo también... se fue en toda su grandeza, sin temblar cuando sentía que se acercaba el fin,... sin gritar con los dolores cancerígenos de una complicada metástasis... De todo eso es testigo el personal de oncología del IPSS de Trujillo... mi hijo menor y yo, que vivimos el drama de ver partir a un ser inmenso...

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